Blog de la protectora "La Voz Animal" como medio de comunicación ,información,concienciación realizado por sus voluntarios y colaboradores esperamos os guste y os unais .

viernes, 25 de octubre de 2013

Cómo el voluntariado cambió mi vida



Por Cristina Muñoz
Soy Cristina Muñoz, voluntaria y socia de “La Voz Animal” desde hace más de cinco años. 

Siempre me habían gustado los animales, pero antes de empezar no tenía ni idea de cómo funcionaba la protección animal ni que eran tantísimos los animales necesitados.
 Vivía, como la mayoría de las personas, con los oídos tapados y los ojos mirando para otra parte. Incluso creía, en mi gran ignorancia, que ya casi no se abandonaban animales porque llevaba muchos años sin encontrarme ninguno. 
Pero había llegado mi momento de entrar en este maravilloso mundo de los animalistas (dicen que todo llega en su momento preciso), un mundo que cinco años después me ha cambiado y me ha hecho sentirme mejor persona. 

No sólo por mi faceta de voluntaria, que me llena, me hace feliz, me gratifica, sino también porque un día comprendí la gran incoherencia en la que vivía: mientras ayudaba a perros y gatos, comía pescado y carne. 

Admiré la inmensidad y la belleza de la vida en cualquiera de sus especies, pensé en un mundo más justo, más igualitario, y me hice vegana. Una de las mejores decisiones que he tomado en la vida.
Fue en 2008 cuando por una extraña alineación de planetas, y después de 24 años viviendo en Parla, me enteré por un compañero de mi nuevo trabajo que en Parla llevaba la protección animal una asociación llamada “La Voz Animal” de la que él era socio. 

Me contó que cada día entraban perros y gatos nuevos y que Parla y Getafe (en aquel entonces) eran de las pocas localidades donde no se sacrificaba, pero con mucho trabajo y mucho esfuerzo. 

Al poco tuve un parón en ese trabajo y estuve unos meses en otro donde trabajaba por la tarde, así que decidí hacerme voluntaria para ocupar las mañanas. 
 
El trabajo de voluntaria consistía principalmente en recoger las cacas y limpiar los chelines donde estaban los perros y las gateras, así como asegurarles a cada uno su pienso y su agua limpia y pasearles. 
 
El primer día terminé agotada, pero me sentía realmente bien de que aquellos animales que había visto, sin dueño, sin identidad, tuvieran una camita limpia en la que dormir y su comidita. “Pasarán calor aquí en verano y frió en invierno-pensé- pero están mejor que en la calle”. 
 
Lo mejor era saber que tendría pronto una nueva familia. 

Los voluntarios vemos entrar a los animales, incuso nos encariñamos mucho de algunos, aunque queremos a todos, y luego les vemos ir a una vida mejor. No se puede describir con palabras lo que se siente, una mezcla de felicidad y pérdida. 
 
Unos meses después de empezar como voluntaria, volví a trabajar a jornada completa por lo que solo podía ir los sábados a partir de ese momento. Entonces me hice socia y padrina. Esto es que tenía un perro apadrinado y me le llevaba a pasear y a comer a casa los sábados, hasta que salía adoptado y apadrinaba otro. 
 
Más adelante comencé a participar como voluntaria en eventos como ferias de adopciones, mercadillos… Las ferias me encantan, dan mucho trabajo, porque hay que atender al público, captar socios, casas de acogida, adoptantes, atender a los animales en adopción que llevamos, y en muchas de ellas vender cosas para sacar fondos. 

Sin embargo, esos días nos juntamos todos los voluntarios, y estamos con los animales, trabajamos por ellos y todo trabajo es poco. 
 
En enero de este año viví los días más duros y más intensos de mis cinco años como voluntaria. El ayuntamiento sacó a concurso el centro de protección animal, pero sólo podían presentarse empresas que llevaran también control de plagas, algo antagónico a la protección animal, y ordenaron el desalojo para que entrara una de estas empresas desratizadoras a la que se lo habían dado. 
 
Trabajamos dos días llevando todo al santuario que la protectora tiene en otra localidad, pero, ¿íbamos a rendirnos? Todavía no. 

Decidimos encerrarnos en la protectora indefinidamente hasta que el alcalde cambiara su decisión. 

En aquellos días conocí a muchos más voluntarios y simpatizantes de la asociación, y convivimos junto con los perros que seguían llegando. Perros y no perros, porque en nuestro encierro también nos acompañó "Nacho", un cerdo vietnamita al que le falta ladrar y que hoy vive gordo y feliz en el santuario. 

Creíamos en la utopía de que el ayuntamiento diera marcha atrás y en Parla siguiera la protección animal, pero no fue así. Dos meses después, mientras salimos a manifestarnos pacíficamente al ayuntamiento, desalojaron el centro.
No obstante, “La Voz animal” siguió, más fuerte que nunca.

 Los animales ahora van al santuario y a casas de acogida y los voluntarios seguimos trabajando por ellos cada uno como puede en función de su tiempo y donde vive: en el santuario diariamente, en las ferias, participando en rescates… Hemos formado una gran familia de voluntarios y un gran equipo. 

Un grupo de personas entre las que me siento a gusto porque tienen mis mismos ideales, que sueñan con un mundo mejor para todos los animales y trabajan por ello. 

Ya lo dijo el filósofo Kant: “Podemos juzgar el corazón de una persona por la forma en que trata a los animales”.